Prólogo a la nueva edición del libro.
"MUJERES QUE AMAN DEMASIADO"
(Robin Norwood)
"¿Qué puedo decirles a ustedes, mujeres de mi generación que aún no han leído este libro, y necesitan hacerlo? ¿ Y cómo puedo, a la vez, llegar hasta aquellas de ustedes que entraban a la adolescencia cuando se publicó la primera edición de Las mujeres que aman demasiado, que han crecido en una sociedad ya versada en el concepto del amor adictivo, y que a pesar de todo lo que ya saben al respecto, se descubren amando demasiado?
En 1985, cuando fue publicado este libro, el concepto de que una mujer podía amar demasiado era una idea revolucionaria que aparecía en el momento preciso. Yo pensaba que, con la escritura del libro podría modificar la manera en que la cultura piensa sobre el amor, y esperaba también que, en lugar de rodear de un halo de romanticismo toda la desdicha engendrada por vivir obsesionada por un hombre, pudiéramos ser capaces de decir: “¡ Eso es amar demasiado!”, aprendiendo así una manera mejor y más sana de establecer relaciones afectivas.
El libro ha sido leído por millones de mujeres de todo el mundo, a quienes brindó ayuda para cambiar sus pautas de relación con los hombres. En estos tiempos, el concepto de amar demasiado es tan difundido que títulos y frases similares proliferan por doquier. Abundan las bromas acerca de amar demasiado, o sus
numerosos derivados. Pero a pesar del reconocimiento prácticamente global del problema, muchas, muchas mujeres de todas las edades siguen siendo, no obstante, tan dependientes, tan sometidas, incluso tan desesperadas en sus relaciones con los hombres, como lo eran antes de que la condición de amar demasiado fuera siquiera definida. Esta situación se mantiene, aunque actualmente la mujer disfruta de una libertad mayor que en ningún otro momento de la historia: las restricciones sociales se han distendido en lo referente a las elecciones personales y la expresión; existen más oportunidades igualitarias en educación y en ocupaciones, lo mismo que en las áreas de la concepción y el embarazo. Ya no necesitamos la fuerza física ni el apoyo económico de un hombre para nuestra supervivencia. Pero persiste el problema de amar demasiado. ¿Por qué no está más extendido el reconocimiento de los efectos dañinos de amar demasiado, acoplado a nuestra mayor libertad y nuestras mayores oportunidades de elección, suficientes para terminar con esta conducta?
En primer lugar, parte de la respuesta radica en el hecho de que las mujeres estamos programadas, tanto cultural como biológicamente, para amar, sostener, ayudar y consolar a los demás. Cuando lo que hacemos naturalmente no funciona, casi inevitablemente tendemos a hacerlo con más ahínco. Sólo podemos intentarlo con más fuerzas. Terminamos cautivas de un ciclo adictivo.
En segundo lugar, identificar o comprender un problema no lo elimina automáticamente. No se lo puede detener ni evitar sólo porque por fin haya sido reconocido como conflicto. Aunque ese reconocimiento sea lo que hace posible su tratamiento, la cantidad de personas que siguen desarrollando adicciones de todo tipo va en aumento. Se calcula que cerca del noventa por ciento de los problemas presentados por los pacientes que requieren psicoterapia tiene sus raíces en alguna clase de adicción. Pero, al mismo tiempo, cada vez son más personas que, conscientes de padecer un problema de adicción, solicitan atención psicoterapéutica para solucionarlo.
Quienes nos hemos desempeñado en ese campo durante mucho tiempo, sabemos bien que la psicoterapia tradicional no es efectiva en el tratamiento de las adicciones. Una indagación en la historia, la personalidad y la conducta del adicto, y los intentos profesionales por modificar esa conducta, no logran, con el tiempo, terminar con la adicción. Pero la práctica cotidiana de pautas espirituales y de principios como los sugeridos por Alcohólicos Anónimos y demás programas de Doce Pasos, sí funciona.
En vista de que el tratamiento de las adicciones requiere una base espiritual para tener éxito, ¿ es posible que cada caso de adicción sea, en un nivel metafísico, simplemente la puerta de entrada a través de la cual el que la padece puede acceder a una forma de vida más espiritual?
“Espiritualidad” parece ser una palabra que muy raramente se interpreta en su totalidad, pero que, no obstante, actualmente se utiliza con tanta prodigalidad, que corre el riesgo de convertirse en un lugar común, en un cliché que no es cabalmente comprendido. A cualquiera que en los últimos tiempos haya tenido oportunidad de viajar por el mundo, le habrá resultado más que evidente la creciente avidez de espiritualidad que se advierte por doquier. Para mucha gente, esta avidez ya no puede ser mitigada dentro del contexto de la práctica de las religiones tradicionales. Nuestra transición, no sólo del siglo veinte al veintiuno, sino de la doblemente milenaria Era de Piscis a la naciente Era de Acuario, probablemente no sea pura casualidad. Estamos viviendo el final de un milenio, y acercándonos al comienzo del siguiente. Esta transición cosiste más en un misterioso movimiento energético que en uno lineal y temporal, y nos está afectando a todos de manera a veces difíciles de explicar. El tiempo parece fluir con mayor rapidez, las presiones se incrementan, los conflictos globales y personales se intensifican. Las antiguas soluciones a las que estamos acostumbrados
ya no parecen efectivas, ni siquiera adecuadas. No hay espacio donde se hagan evidentes estas presiones como en el de las relaciones personales. Dentro de él todos, sin excepción, nos sentimos por lo menos un tanto confundidos, si no totalmente perdidos.
A lo largo de nuestra vida, muchos de nosotros hemos podido ver cómo las pautas establecidas para las relaciones afectivas, el amor y el matrimonio, se han modificado, han desaparecido o se han opacado
hasta volverse invisibles. Todas las reglas han sido tergiversadas, si no quebradas, y lo que alguna vez fue obligatorio ahora es optativo, o incluso obsoleto. Las relacione sexuales prematrimoniales son el ejemplo
más obvio: hasta no hace mucho tiempo consideradas una grave violación de los usos y costumbres de la cultura, en la actualidad son universalmente aceptadas. Más aún, la convivencia anterior al matrimonio, que alguna vez resultó impensable para la sociedad, hoy se considera una investigación de compatibilidad muy práctica, e incluso necesaria. Las consecuencias de este simple cambio están tambaleando, e infinidad de cambios semejantes van a seguir sucediéndose.
Por muy bienvenida que sea, esta nueva era de libertad tiene su precio, que debe ser pagado con la moneda de la incertidumbre. Incluso aquellas personas demasiado jóvenes que no han sido educadas dentro de los rígidos parámetros anteriores, se debaten en la duda tratando de elegir entre las muchas opciones que generaciones anteriores nunca tuvieron que enfrentar. Hoy en día ya no existen mapas de ruta para alcanzar el éxito en la vida, sea cual sea nuestra edad, o estemos o no involucradas en una relación afectiva. Queremos y necesitamos conocer una gran cantidad de respuestas que nadie puede darnos: quiénes somos en realidad; por qué nuestra vida es lo que es; cómo resolver nuestros problemas, especialmente los que
tenemos con los seres queridos; cómo arreglarnos con el trabajo, el cuidado de los niños, las tareas de la casa y el manejo del dinero, sin apoyarnos en las viejas funciones o reglas; qué nos están enseñando esas relaciones afectivas sobre nosotras mismas: cómo se relaciona nuestra vida individual con el esquema general, y en qué consiste realmente ese esquema. Aunque la psicología no parece estar preparada para darnos esas respuestas profundas que esperamos porque no reconoce que los seres humanos, con todos nuestros conflictos y limitaciones, poseemos, no obstante, un aspecto divino. Y, de alguna manera, hemos comenzado a sospechar que la mejor guía para orientar nuestra vida está dentro de esa dimensión divina.
De modo que la búsqueda sigue. Estamos buscando algo que no podemos ver, tocar, medir ni probar, algo que no podemos comprar, pero que debemos construir, que no podemos pedirle prestado a nadie, sino que debemos elaborar dentro de nosotras mismas. No sabemos muy bien cómo atravesar un proceso tan misterioso y, por improbable que parezca, nos sentimos afortunadas cuando enfrentamos problemas cuya gravedad nos obliga a aprender. Para muchas de las que lean este libro, ese problema es, justamente, amar demasiado. El dolor que impregna nuestra vida, provocado por nuestras deficientes relaciones afectivas y las ineficaces maneras en que las manejamos, acapara toda nuestra atención. Comienza a crecer una presión que nos obliga a la búsqueda de algo nuevo, a actuar de modo diferente y a aplicar a nuestra vida cotidiana las elevadas verdades que estamos descubriendo. Sin esa presión, nuestros esfuerzos por acceder a una
vida espiritual pueden quedar en un plano puramente sentimental, más que práctico, y las lecciones no aprendidas, lo mismo que las costumbres dañinas, permanecerán sin ser abordadas.
Una buena definición de espiritualidad es aquella que la considera “un proceso de constante integración”. Esto significa que nuestro concepto de lo sagrado debe estar en permanente expansión, para permitir la inclusión de aspectos previamente excluidos de nosotras mismas, de los demás, y de la vida. De esta manera, la espiritualidad, como la caridad, empieza por casa cuando aceptamos y nos adueñamos de nuestros defectos, nuestras heridas y las lecciones que no aprendimos, aquellos defectos y fallas que nos incapacitan para vivir y amar plenamente, los puntos ciegos y las acciones erradas que nos meten en problemas una y otra vez. La espiritualidad se vuelve práctica cuando nos ponemos en sintonía, a través de la oración, con un Poder Superior a nosotros, al que le pedimos guía y ayuda para enfrentar los problemas de la vida. Someter la personalidad a ese Poder Superior es la base de la verdadera práctica espiritual, pero muy pocos de nosotros estamos dispuestos a renunciar a nuestro albedrío hasta que nos encontramos enfrentados con un problema que no podemos manejar solos. Sin embargo cuando -a pesar de todos nuestros esfuerzos por sentir, pensar y proceder de modo diferente-, los sentimientos, actitudes y conductas anteriores persisten, el único recurso práctico que nos queda es el espiritual. A medida que pedimos sin cesar guía y apoyo, y los aceptamos, nuestra capacidad para vivir sanamente y amar sabiamente se incrementa, porque nuestro yo interior ya está bajo la protección de nuestro Yo Superior. Vivir espiritualmente es así de simple, y exige una entrega de esa naturaleza.
Fundamentalmente, los conceptos aquí vertidos funcionan. Son los mismos que me salvaron la vida cuando inicié mi propia recuperación de un proceso de amar demasiado, allá por 1980.Escribir este libro fue mi manera de ofrecer a otras mujeres lo que me fue ofrecido a mí: un conjunto de pautas y principios espirituales que me sacaron de la desesperación y la depresión en que me hallaba sumida, y me proporcionaron mi primera experiencia de serenidad, a la vez que terminaron respondiendo mis interrogantes más profundos acerca del significado de mi vida y de mis luchas. Cuando las mujeres me dicen: “Su libro me salvó la vida”, sé que les enseñó a avanzar más allá de ellas mismas y más allá del libro en sí. Tal vez las haya convencido de que debían pedir ayuda a los profesionales adecuados. Ojalá que también las haya orientado hacia su inclusión en un grupo de pares que estén, a su vez, siguiendo un programa de recuperación. Pero lo más importante es que habrán aprendido a acercarse a ese Poder Superior que puede hacer por nosotros todo aquellos que nuestros pequeños egos, nuestras personalidades, no pueden hacer: guiarnos, protegernos y curarnos. Les habrá otorgado una espiritualidad muy práctica y personal. Que es, precisamente y sobre todo, lo que este libro puede hacer también por ti.
Ojalá que le permitas lograrlo "
No hay comentarios:
Publicar un comentario