sábado, 26 de octubre de 2013



Este es un vídeo muy muy gráfico para explicar la espiritualidad en la práctica, que es cuando nos ponemos en sintonía ,a través de la oración, con un Poder Superior a nosotros, al que le pedimos guía y ayuda para enfrentar los problemas de la vida. Someter la personalidad a ese Poder Superior es la base de la verdadera practica espiritual, pero muy pocos de nosotros estamos dispuestos a renunciar nuestro albedrío hasta que nos encontramos enfrentados con un problema que no podemos manejar solos.

jueves, 8 de agosto de 2013

ENTREVISTAS

Walter Riso, escritor y psicólogo: “La sabiduría es el arte de saber vivir”

Herme Cerezo / SIGLO XXI, 18/06/09


Tener la oportunidad de entrevistar a un psicólogo, que además escribe, no es algo que ocurra todos los días. Al menos no le pasa a menudo a quien les habla. Por eso cuando se presenta la oportunidad de hacerlo, uno descubre que se pasaría horas hablando con él. Y no sólo de ‘El camino de los sabios’, su última obra publicada "un libro laborioso, porque me ha tocado buscar las fuentes originales, organizarlas y lo que es más difícil: traducirlas para la gente de hoy", como él mismo señala, sino también de muchas otras cosas, porque un psicólogo es una fuente de respuestas interesantes, una posibilidad de indagar en uno mismo, una opción de ampliar nuestros horizontes con razonamientos distintos de los propios, casi siempre costreñidos por el ritmo de vida que llevamos. No podemos olvidar que un psicólogo vive de la palabra, única herramienta de su trabajo. Walter Riso llegó un poco cansado, con chaqueta, corbata y maletín. El calor, irreverente, apretaba en la ciudad del Turia más de la cuenta a la hora de la siesta, cuando comenzamos a charlar. A Walter aún le quedaba por hacer un directo en la radio antes de armarse de paciencia para entretener la espera del avión que, desde el aeropuerto de Manises, le conduciría a su residencia habitual: Barcelona. Pero como él mismo dijo, al despedirse: "veremos de qué hablo conmigo mismo mientras aguardo el vuelo".

Walter, ¿en España acudir al psicólogo empieza a considerarse como algo normal o todavía os toman por bichos raros?
Estamos lejos de países como EE.UU., pero se está avanzando poco a poco. A la gente ya no le da vergüenza ir al psicólogo, está entendiendo que tiene un software al que hay que pasar el antivirus y eso le toca hacerlo al psicólogo. A nivel mundial, cumplimos una tarea muy importante: crear espacios de salud para que la gente no enferme. No hay que acudir al psicólogo sólo cuando uno está enfermo, se debe ir antes.

¿Cuándo escribes?
Escribo todo el día y en el tiempo que me queda paso consulta, especialmente ahora que tengo obligaciones editoriales contraídas: entregar otro libro más. Cuando lo acabe quedaré liberado por un tiempo.

¿Qué es mejor acudir a sesiones de terapia o recurrir a este tipo de libros?
En general, estos libros están bien para los lectores y mal para los demás. Las librerías protestan, pero los ponen ahí porque también venden. Si tenés un problema clínico es mejor recurrir a la terapia, obvio, porque el libro no te va a aprovechar. El libro sirve para hacerte un sacudón y para cobrar conciencia del problema. La terapia te permite descubrir que tenés un problema que desconocías. La gente ha de ser más culta en materia psicológica, en cuestiones sobre la mente, sobre el comportamiento humano, bien sea para atender a los hijos o, simplemente, para mejorar. Hay pacientes que van a la cita no porque están mal, sino porque quieren estar mejor. El libro te abre un panorama, te da información. Pero, cuidado, si el libro está mal hecho te puede dañar, te puede pintar pajaritos de oro, decirte que si deseas profundamente algo, entonces el cosmos va a confabular para que tú lo consigas.

Todos tus libros versan sobre psicología, claro.
Sí. Al principio me ubicaban en autoayuda, pero como no terminan de saber dónde meterme, me han puesto en divulgación psicológica, porque son libros muy bien documentados. Ya habrás visto la bibliografía que lleva ‘El camino de los sabios’.

Cada obra reclama su propio ritmo de lectura: libro de consulta, de cabecera, ¿el tuyo dónde cuadra en este aspecto?
Aunque parece fácil de leer y no porque lo haya escrito yo, los filósofos antiguos que aparecen en ‘El camino de los sabios’ conducen a reflexiones muy profundas sobre vos mismo. Creo que es un libro para estar en la playa, en la mesilla de noche o para llevar en el metro. Es un libro al que hay que regresar para que cada uno extraiga lo que quiere de él.

En sus páginas y entre otras muchas reflexiones, afirmas que el hombre dedica muy poco tiempo a conocerse a sí mismo.
Muy poco, muy poco, porque la cultura actual no está orientada a que tengamos una introspección muy profunda. Si uno ve la posmodernidad, se da cuenta que todo va muy rápido y que la velocidad está por encima de cualquier cosa. Sólo te queda un cinco o un diez por ciento de tu tiempo diario para tu propio conocimiento psicológico. Cuando llevaron a Sócrates a tomar la cicuta, pronunció un discurso muy importante, que yo cito en ‘El camino de los sabios’. Decía: "ustedes atenienses, que son de la ciudad más culta, interesante, desarrollada, ¿no les da pena gastar todo su tiempo en buscar riqueza, fama, honra, y gastar tan poco en que su alma se desarrolle para ser un hombre mejor?" Exactamente igual que ocurre ahora. Ocuparse de sí mismo es vital e imprescindible para cualquier tipo de crecimiento personal. Uno puede ser un idiota feliz o un sabio no tan feliz. Cada uno elige.

Esa velocidad a la que aludes, ¿es casual o provocada?
Pienso que es una cuestión de aprendizaje. Si la cultura no te enseña que eso es importante, vital, vos no lo vas a aprender. Pero hay algunos casos que las personas no aprenden porque produce miedo estar a solas contigo mismo, porque podés descubrir cosas que no te gustan, porque podés ver que sos más ignorante de lo que creés, que sos más estúpido y elemental de lo que pensás. Yo creo que a la gente no le enseñan a ver su interior, pero también que hay gente que no se atreve a mirar.

¿La sabiduría es quitarnos ese autoengaño que nos imponemos?
La sabiduría es el arte de saber vivir. Y una de las condiciones para saber vivir es quitarte de encima el autoengaño, porque obviamente si te autoengañas no ves las cosas como son. Y el primer paso para ser sabio, que puede serlo cualquiera, es ver las cosas tal como son. Por eso Marco Aurelio, entre los ejercicios que recomendaba, destaca suprimir lo superfluo. En su tiempo se decía que la toga imperial que se ponían los césares era como ver a Dios. Sin embargo, él afirmaba que era sólo lana de oveja teñida de tinta de marisco. Se trata de ver las cosas en su real dimensión.

Los problemas han sido siempre los mismos, desde la antigüedad hasta hoy. ¿Disponían de más tiempo los antiguos para pensar en sí mismos que nosotros?
Yo no lo sé. No sé si un esclavo como Epícteto tenía más tiempo para pensar en sí mismo, pero creo que ellos sufrieron una explosión del conocimiento. Fue una situación especial, porque Atenas apenas tenía cien mil habitantes y allí ocurrió este fenómeno, que produjo esta generación de pensadores con tanta pasión por conocer. Hay algo más: tenían un modo de ser que les llevó a preguntarse si su referencia no debían de ser ellos mismos. Alejandro Magno se había apoderado el mundo, pero a su muerte surgieron monarcas en todas partes. Se produjo una globalización como la actual en la que también se habían perdido las referencias. Buscaron su punto de inflexión y llegaron a la conclusión de que este punto era el retorno al yo. Nosotros no lo hacemos porque los medios de comunicación, la matrix en la que andamos metidos, nos lo impiden. Pero hay algo que tengo claro: las preguntas existenciales de los hombres y mujeres son las mismas, nunca han dejado de estar vigentes y por ello hablo de la juventud de los antiguos, porque sus pensamientos todavía nos sacuden en el día de hoy.

En tu libro ocupa una parte destacada el concepto de coherencia ¿qué es la coherencia?
Pensar, actuar, sentir en un mismo sentido. Eso es la coherencia. Ser íntegro, como decía Krishnamurti. Cuando hacés eso todo fluye mejor, sos más fuerte.

La religión parece un elemento auxiliar de nuestra existencia, ¿cuál es su papel?
Si las personas viven su religión de modo alegre y feliz, quizá pueda ser un motivo de crecimiento. Hay investigaciones que demuestran que cuando las personas viven su religión sin culpa y, ojo, no se vanaglorian de ella, viven mejor, enferman menos, son menos adictas, hay más autocontrol ... Epicuro decía que los dioses existían pero que estaban en otro sitio, en otra onda y se preguntaba ¿para qué pedirles a los dioses lo que te podés procurar tu mismo? Para él, a Dios no se le compra con dádivas, era un ser íntegro que, además, no se comunicaba con los mortales.

O sea que Dios no hace falta.
Exacto. A eso voy. Hay gente que necesita relacionarse con Dios y hay gente que sufre por ello. En una ocasión, por mi consulta apareció una mujer a la que se le murió su mejor amiga. Y empezó a odiar a Dios. Comprendí que aquello no era cuestión mía y la envié a un pastor. Ella fue y le preguntó ¿por qué Dios permite tanto dolor en el mundo? Y el tipo le dijo algo que yo jamás me hubiera imaginado: Dios, si existe, es todo amor pero no es todopoderoso. A él le gustaría que tú no sufrieras pero no es capaz. Ella volvió a preguntar: usted me está diciendo que Dios no es todopoderoso y eso ¿no es ofender a Dios? Y él respondió: si es Dios no se ofende. La imagen que el pastor le dio a la mujer es la de que Dios es sufriente y crece con ella. Esa respuesta mejoró todos los síntomas. La religión cumple un papel. Si permite crecer al individuo y tener una buena relación con su Dios, la cosa funciona.

Y ¿dónde encajan los sueños, la ilusiones que tiene una persona por alcanzar las metas que anhela?
Para los griegos la esperanza era un problema porque era futuro. Tú debías desear lo que tenías y la esperanza aparece cuando no podés tener lo que no tenés. De hecho, Jesús no tenía fe, no la necesitaba. La fe es un salto sobre la razón cuando no podés alcanzar lo que querés. Entonces ellos, muchos, no tenían fe, sino que la ilusión y la esperanza no la vivían como un deseo sino como que ya estaban en ella. No esperaban alcanzar la eternidad, sino que pensaban que ya estaban en ella. El jesuita Teilard de Chardin decía que la creación todavía no se ha llevado a cabo, que se está haciendo ahora, es como sentirse parte activa en ella. Los griegos tomaban el futuro con pinzas. Hay esperanzas que sirven y otras que no. Epicteto decía que para ser feliz hay que hacerse cargo de lo que depende de uno. Y ¿qué depende de uno mismo? Lo que piensa y lo que siente, estimar lo que tiene. Si empieza a querer lo que no tiene, a desearlo, ya no puede disfrutar de lo que tiene.

O sea que, en realidad, el futuro es el presente.
Exactamente. Tú con tu presente estás construyendo el futuro. La idea de estar en el presente, no obsesivamente, le permite a uno vivir la vida más intensamente y, como decía Séneca, hacer examen de conciencia al acostarse y pensar: he vivido el día de hoy intensamente, minuto a minuto, ¡qué maravilla! Y ese pensamiento me autoriza a vivir otro día.

jueves, 1 de agosto de 2013

A LAS MUJERES QUE AMAN DEMASIADO...





Prólogo a la nueva edición del libro.
"MUJERES QUE AMAN DEMASIADO"
  (Robin Norwood)

"¿Qué puedo decirles a ustedes, mujeres de mi generación que aún no han leído este libro, y necesitan hacerlo? ¿ Y cómo puedo, a la vez, llegar hasta aquellas de ustedes que entraban a la adolescencia cuando se publicó la primera edición de Las mujeres que aman demasiado, que han crecido en una sociedad ya versada en el concepto del amor adictivo, y que a pesar de todo lo que ya saben  al respecto, se descubren amando demasiado?
En 1985, cuando fue publicado este libro, el concepto de que una mujer podía amar demasiado era una idea revolucionaria que aparecía en el momento preciso. Yo pensaba que, con la escritura del libro podría modificar la manera en que la cultura piensa sobre el amor, y esperaba también que, en lugar de rodear de un halo de romanticismo toda la desdicha engendrada por vivir obsesionada por un hombre, pudiéramos ser capaces de decir: “¡ Eso es amar demasiado!”, aprendiendo así una manera mejor y más sana de establecer relaciones afectivas.
El libro ha sido leído por millones de mujeres de todo el mundo, a quienes brindó ayuda para cambiar sus pautas de relación con los hombres. En estos tiempos, el concepto de amar demasiado es tan difundido que títulos y frases similares proliferan por doquier. Abundan las bromas acerca de amar demasiado, o sus
numerosos derivados. Pero a pesar del reconocimiento prácticamente global del problema, muchas, muchas mujeres de todas las edades siguen siendo, no obstante, tan dependientes, tan sometidas, incluso tan desesperadas en sus relaciones con los hombres, como lo eran antes de que la condición de amar demasiado fuera siquiera definida. Esta situación se mantiene, aunque actualmente la mujer disfruta de una libertad mayor que en ningún otro momento de la historia: las restricciones sociales se han distendido en lo referente a las elecciones personales y la expresión; existen más oportunidades igualitarias en educación y en ocupaciones, lo mismo que en las áreas de la concepción y el embarazo. Ya no necesitamos la fuerza física ni el apoyo económico de un hombre para nuestra supervivencia. Pero persiste el problema de amar demasiado. ¿Por qué no está más extendido el reconocimiento de los efectos dañinos de amar demasiado, acoplado a nuestra mayor libertad y nuestras mayores oportunidades de elección, suficientes para terminar con esta conducta?
En primer lugar, parte de la respuesta radica en el hecho de que las mujeres estamos programadas, tanto cultural como biológicamente, para amar, sostener, ayudar y consolar a los demás. Cuando lo que hacemos naturalmente no funciona, casi inevitablemente tendemos a hacerlo con más ahínco. Sólo podemos intentarlo con más fuerzas. Terminamos cautivas de un ciclo adictivo.
En segundo lugar, identificar o comprender un problema no lo elimina automáticamente. No se lo puede detener ni evitar sólo porque por fin haya sido reconocido como conflicto. Aunque ese reconocimiento sea lo que hace posible su tratamiento, la cantidad de personas que siguen desarrollando adicciones de todo tipo va en aumento. Se calcula que cerca del noventa por ciento de los problemas presentados por los pacientes que requieren psicoterapia tiene sus raíces en alguna clase de adicción. Pero, al mismo tiempo, cada vez son más personas que, conscientes de padecer un problema de adicción, solicitan atención psicoterapéutica para solucionarlo.
Quienes nos hemos desempeñado en ese campo durante mucho tiempo, sabemos bien que la psicoterapia tradicional no es efectiva en el tratamiento de las adicciones. Una indagación en la historia, la personalidad y la conducta del adicto, y los intentos profesionales por modificar esa conducta, no logran, con el tiempo, terminar con la adicción. Pero la práctica cotidiana de pautas espirituales y de principios como los sugeridos por Alcohólicos Anónimos y demás programas de Doce Pasos, sí funciona.
En vista de que el tratamiento de las adicciones requiere una base espiritual para tener éxito, ¿ es posible que cada caso de adicción sea, en un nivel metafísico, simplemente la puerta de entrada a través de la cual el que la padece puede acceder a una forma de vida más espiritual?
“Espiritualidad” parece ser una palabra que muy raramente se interpreta en su totalidad, pero que, no obstante, actualmente se utiliza con tanta prodigalidad, que corre el riesgo de convertirse en un lugar común, en un cliché que no es cabalmente comprendido. A cualquiera que en los últimos tiempos haya tenido oportunidad de viajar por el mundo, le habrá resultado más que evidente la creciente avidez de espiritualidad que se advierte por doquier. Para mucha gente, esta avidez ya no puede ser mitigada dentro del contexto de la práctica de las religiones tradicionales. Nuestra transición, no sólo del siglo veinte al veintiuno, sino de la doblemente milenaria Era de Piscis a la naciente Era de Acuario, probablemente no sea pura casualidad. Estamos viviendo el final de un milenio, y acercándonos al comienzo del siguiente. Esta transición cosiste más en un misterioso movimiento energético que en uno lineal y temporal, y nos está afectando a todos de manera a veces difíciles de explicar. El tiempo parece fluir con mayor rapidez, las presiones se incrementan, los conflictos globales y personales se intensifican. Las antiguas soluciones a las que estamos acostumbrados
ya no parecen efectivas, ni siquiera adecuadas. No hay espacio donde se hagan evidentes estas presiones como en el de las relaciones personales. Dentro de él todos, sin excepción, nos sentimos por lo menos un tanto confundidos, si no totalmente perdidos.
A lo largo de nuestra vida, muchos de nosotros hemos podido ver cómo las pautas establecidas para las relaciones afectivas, el amor y el matrimonio, se han modificado, han desaparecido o se han opacado
hasta volverse invisibles. Todas las reglas han sido tergiversadas, si no quebradas, y lo que alguna vez fue obligatorio ahora es optativo, o incluso obsoleto. Las relacione sexuales prematrimoniales son el ejemplo
más obvio: hasta no hace mucho tiempo consideradas una grave violación de los usos y costumbres de la cultura, en la actualidad son universalmente aceptadas. Más aún, la convivencia anterior al matrimonio, que alguna vez resultó impensable para la sociedad, hoy se considera una investigación de compatibilidad muy práctica, e incluso necesaria. Las consecuencias de este simple cambio están tambaleando, e infinidad de cambios semejantes van a seguir sucediéndose.
Por muy bienvenida que sea, esta nueva era de libertad tiene su precio, que debe ser pagado con la moneda de la incertidumbre. Incluso aquellas personas demasiado jóvenes que no han sido educadas dentro de los rígidos parámetros anteriores, se debaten en la duda tratando de elegir entre las muchas opciones que generaciones anteriores nunca tuvieron que enfrentar. Hoy en día ya no existen mapas de ruta para alcanzar el éxito en la vida, sea cual sea nuestra edad, o estemos o no involucradas en una relación afectiva. Queremos y necesitamos conocer una gran cantidad de respuestas que nadie puede darnos: quiénes somos en realidad; por qué nuestra vida es lo que es; cómo resolver nuestros problemas, especialmente los que
tenemos con los seres queridos; cómo arreglarnos con el trabajo, el cuidado de los niños, las tareas de la casa y el manejo del dinero, sin apoyarnos en las viejas funciones o reglas; qué nos están enseñando esas relaciones afectivas sobre nosotras mismas: cómo se relaciona nuestra vida individual con el esquema general, y en qué consiste realmente ese esquema. Aunque la psicología no parece estar preparada para darnos esas respuestas profundas que esperamos porque no reconoce que los seres humanos, con todos nuestros conflictos y limitaciones, poseemos, no obstante, un aspecto divino. Y, de alguna manera, hemos comenzado a sospechar que la mejor guía para orientar nuestra vida está dentro de esa dimensión divina.
De modo que la búsqueda sigue. Estamos buscando algo que no podemos ver, tocar, medir ni probar, algo que no podemos comprar, pero que debemos construir, que no podemos pedirle prestado a nadie, sino que debemos elaborar dentro de nosotras mismas. No sabemos muy bien cómo atravesar un proceso tan misterioso y, por improbable que parezca, nos sentimos afortunadas cuando enfrentamos problemas cuya gravedad nos obliga a aprender. Para muchas de las que lean este libro, ese problema es, justamente, amar demasiado. El dolor que impregna nuestra vida, provocado por nuestras deficientes relaciones afectivas y las ineficaces maneras en que las manejamos, acapara toda nuestra atención. Comienza a crecer una presión que nos obliga a la búsqueda de algo nuevo, a actuar de modo diferente y a aplicar a nuestra vida cotidiana las elevadas verdades que estamos descubriendo. Sin esa presión, nuestros esfuerzos por acceder a una
vida espiritual pueden quedar en un plano puramente sentimental, más que práctico, y las lecciones no aprendidas, lo mismo que las costumbres dañinas, permanecerán sin ser abordadas.
Una buena definición de espiritualidad es aquella que la considera “un proceso de constante integración”. Esto significa que nuestro concepto de lo sagrado debe estar en permanente expansión, para permitir la inclusión de aspectos previamente excluidos de nosotras mismas, de los demás, y de la vida. De esta manera, la espiritualidad, como la caridad, empieza por casa cuando aceptamos y nos adueñamos de nuestros defectos, nuestras heridas y las lecciones que no aprendimos, aquellos defectos y fallas que nos incapacitan para vivir y amar plenamente, los puntos ciegos y las acciones erradas que nos meten en problemas una y otra vez. La espiritualidad se vuelve práctica cuando nos ponemos en sintonía, a través de la oración, con un Poder Superior a nosotros, al que le pedimos guía y ayuda para enfrentar los problemas de la vida. Someter la personalidad a ese Poder Superior es la base de la verdadera práctica espiritual, pero muy pocos de nosotros estamos dispuestos a renunciar a nuestro albedrío hasta que nos encontramos enfrentados con un problema que no podemos manejar solos. Sin embargo cuando -a pesar de todos nuestros esfuerzos por sentir, pensar y proceder de modo diferente-, los sentimientos, actitudes y conductas anteriores persisten, el único recurso práctico que nos queda es el espiritual. A medida que pedimos sin cesar guía y apoyo, y los aceptamos, nuestra capacidad para vivir sanamente y amar sabiamente se incrementa, porque nuestro yo interior ya está bajo la protección de nuestro Yo Superior. Vivir espiritualmente es así de simple, y exige una entrega de esa naturaleza.
Fundamentalmente, los conceptos aquí vertidos funcionan. Son los mismos que me salvaron la vida cuando inicié mi propia recuperación de un proceso de amar demasiado, allá por 1980.Escribir este libro fue mi manera de ofrecer a otras mujeres lo que me fue ofrecido a mí: un conjunto de pautas y principios espirituales que me sacaron de la desesperación y la depresión en que me hallaba sumida, y me proporcionaron mi primera experiencia de serenidad, a la vez que terminaron respondiendo mis interrogantes más profundos acerca del significado de mi vida y de mis luchas. Cuando las mujeres me dicen: “Su libro me salvó la vida”, sé que les enseñó a avanzar más allá de ellas mismas y más allá del libro en sí. Tal vez las haya convencido de que debían pedir ayuda a los profesionales adecuados. Ojalá que también las haya orientado hacia su inclusión en un grupo de pares que estén, a su vez, siguiendo un programa de recuperación. Pero lo más importante es que habrán aprendido a acercarse a ese Poder Superior que puede hacer por nosotros todo aquellos que nuestros pequeños egos, nuestras personalidades, no pueden hacer: guiarnos, protegernos y curarnos. Les habrá otorgado una espiritualidad muy práctica y personal. Que es, precisamente y sobre todo, lo que este libro puede hacer también por ti.
Ojalá que le permitas lograrlo "